Caminaba sola y con paso cansado por las vías de tren.
Era una tarde de otoño, lo recuerdo por los colores que se dibujaban en el cielo. Lo recuerdo por las hojas en el piso.
De repente una luz me hizo entender las cosas. (Si, obvio, hablo del tren). No existieron sonidos en ese momento. No hubo bocinas ni el grito desesperado de la multitud que me rodeaba.
Me aparté de las vías, y seguí caminando por el anden, como la gente normal lo hacía.
Pero no era tan atractivo. Me gustaba sentir en ruido de las rocas, sortear los obstáculos que la vía ofrece a lo largo de todo su recorrido.
Además el andén es limitado. Tiene principio y fín. Tiene escaleras que te dicen por donde debés bajar y subir (más allá de que algunos atrevidos se metan de otras formas). El andén no acompaña al tren en su andar. Como voy de una estación a otra en anden?
El anden se colma de gente. Las vías no. Sólo éramos ellas y yo, y de vez en cuando el tren.
Me cansé de hacer el camino como la gente normal lo hace, y me bajé otra vez a las vías, a caminar como a mi me gusta, más allá de que me pueda arrollar el tren.
Dejo el andén para la gente que se conforma con poco y no se arriesga a nada.
Por lo menos va a haber una persona menos que los moleste en su andar.
SeGuImE
miércoles, 24 de noviembre de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario