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domingo, 14 de septiembre de 2014

Primavera, ponele.

Era primavera.
Bueno, no aún. No al menos técnicamente.
Pero ya se sentía su presencia. Su calorcito tímido, su brisa alegre, su aroma a flores.
Los días más largos. Aquellos en los que el sol no quiere irse. Y cada día que pasa le cuesta un poco más.
Era primavera.
Y la primavera siempre me gustó.
Porque aunque no hacía calor como para meterse a la pileta, ya uno dejaba los abrigos pesados y molestos.
Además, es la estación en la que se da lugar mi cumpleaños. Y siempre amé mi cumpleaños.
Porque nada debería ser malo en ese día. Tu día. Porque sos vos la persona homenajeada, por la que todos están reunidos. Porque es tu día.
Claro que, a medida que pasaban los años, cumplir años se volvía menos divertido.
Y se llega al punto de no ponerse alegre por esas cosas simples. Esas cosas que te hacían feliz.
Porque no son más que las cosas simples las que te dan felicidad. Y sin embargo en tan poco simple ser feliz!
No siempre lo simple es fácil de conseguir. Ni está al alcance de la mano.
Entonces, era primavera.
Y los árboles se teñían de colores. Y el cielo era cada día un poco más celeste.
Y los nombres de los meses eran los más lindos. Y todas las actividades rutinarias se volvían menos aburridas. Y se palpitaban los festejos. Y las sorpresas.
Porque la primavera trae sorpresas.

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